CAPÍTULO UNO
NORMANDOS Y SAJONES
Hace
cientos de años, los vikingos realizaron continuas campañas de conquista por
toda Europa.
Estos
audaces guerreros ‑daneses, noruegos o suecos‑, tuvieron atemorizado a medio
mundo durante tres siglos.
Sus
aventuras parecían no tener límites geográficos: Alemania, Francia, España,
Portugal o Rusia fueron visitados por los feroces vikingos.
Su
ansia de expansión, apoyada en una gran preparación militar, les llevó a
emprender arriesgadas expediciones por mares y ríos.
Las
poderosas embarcaciones con las que contaban, únicas en la época, y su
extraordinaria pericia como navegantes les permitía arribar a cualquier costa y
penetrar por cualquier río. Su superioridad naval se hizo incontestable.
Adquirieron
una gran experiencia en los ataques por sorpresa, y sus terribles y
sangrientos saqueos llegaron a ser tristemente célebres en toda Europa.
Uno
de estos pueblos vikingos, asentado desde hacía años en Normandía, emprendió la
invasión de la vecina Inglaterra.
Este
país, no muy lejano de las costas normandas, resultaba muy vulnerable por mar.
La longitud de su litoral no permitía ni una vigilancia completa, ni una
concentración rápida de las tropas para rechazar un desembarco.
Todo
esto no pasó inadvertido a los ojos del duque normando Guillermo que, movido
por su ambición y deseo de gloria, decidió preparar a conciencia el ataque a la
isla.
- ¡Venceremos a los sajones! ‑arengaba
Guillermo a sus tropas‑. Con la conquista de Inglaterra, nuestro poder se extenderá
a otros reinos.
- ¡Viva el duque Guillermo! ‑ gritaban
exaltados los caballeros normandos.
Guillermo
de Normandía, animado por el apoyo de los suyos, continuó diciendo:
- Los sajones vencieron a
nuestros antepasados muchas veces. Fueron más fuertes, más decididos, más
inteligentes... Pero ahora no lo serán. Ha llegado por fin nuestro momento y. .
. ¡ha llegado su hora!
Los
aplausos y los vivas al duque Guillermo cesaron al acabar aquella
multitudinaria reunión. Pero el fervor y la entrega de su ejército lo
acompañarían de forma permanente durante toda la expedición.
Meses
después, las naves capitaneadas por el duque Guillermo eran avistadas en las
costas inglesas.
- Señor, se acercan barcos
normandos – comunicó un vigía al monarca sajón.
Los
sajones no estaban preparados para competir contra un peligro que procedía del
mar.
- ¡Disponed todas las fuerzas
posibles en tierra! ‑ ordenó el rey inglés ‑. Debemos evitar el desembarco.
Una
pequeña guarnición intentó impedir que los normandos tomaran tierra. Pero no
lo consiguió.
Así,
Guillermo de Normandía desembarcó en las costas inglesas, y con sus valerosos
guerreros avanzó hacia el interior.
Los
sajones, en clara inferioridad numérica, se habían visto obligados a improvisar
la decisiva batalla en Hastings. Poco duró el combate. El soberano inglés cayó
mortalmente herido y el ejército sajón se rindió incondicionalmente.
Las
tropas del duque Guillermo siguieron avanzando hasta Londres, donde se libró
una última batalla con la que desapareció la débil resistencia sajona. La
expedición normanda había sido un rotundo éxito.
En
recuerdo de su victoria, el ya nuevo rey de Inglaterra, Guillermo I el
Conquistador, tras ser coronado, mandó construir la célebre torre de Londres.
Esta torre serviría de cárcel para numerosos y destacados personajes a lo largo
de muchos años de la historia inglesa.
Guillermo
I, tras su victoria, dedicó sus esfuerzos a pacificar el país, y tomó algunas
medidas para proteger a los sajones.
‑Os
aconsejo prudencia ‑recomendaba el rey a sus nobles‑. Debemos ser respetuosos
con los vencidos. Sólo así conseguiremos la prosperidad en todas nuestras
tierras. Sólo así lograremos una pacífica convivencia.
Desgraciadamente,
no todos los seguidores del rey Guillermo pensaban como él.
Aprovechando
una larga estancia del rey Guillermo en sus posesiones de Francia, los nobles
normandos, Ilevados por su soberbia y ambición, no cesaron de causar
humillaciones a los derrotados. Las cargas tributarias se hicieron cada vez más
angustiosas, insoportables para los pobres súbditos.
Los
sajones se sublevaron en masa contra los opresores. Campesinos, artesanos y
nobles unieron sus esfuerzos contra el enemigo común: los normandos.
‑¡Ya
está bien! ‑decía indignado un caballero sajón‑. No podemos seguir tolerando
las injusticias de los normandos. Quieren hacer de nosotros sus esclavos.
‑¡Debemos
combatirlos y ser capaces de librarnos de ellos para siempre!
‑¡Hay
que quitarles el poder! ¡Tenemos que ser gobernados por un rey sajón!
El
rey Guillermo, que había estado ausente de Inglaterra, encontró a su vuelta un
país levantado en armas.
Los
sajones se mostraban más rebeldes de lo que en un principio se podía suponer.
Los
nobles normandos decían a su rey:
‑Señor,
Ilevado por vuestra bondad y magnanimidad, habéis tratado demasiado bien a los
sajones. Mirad cómo os lo agradecen.
‑Majestad,
habéis respetado a vuestros súbditos, no les habéis expropiado sus tierras y,
en cambio, ellos se sublevan contra vos. Son unos desagradecidos.
El
rey Guillermo, ajeno a los desmanes de sus nobles y desconociendo las razones
por las que sus súbditos sajones se rebelaban contra él, creyó las acusaciones
de sus barones.
‑Caballeros,
creí que los ánimos se apaciguarían. Creí que, poco a poco, los sajones
olvidarían la derrota de Hastings y acabarían aceptándonos. Ahora creo que no
lo harán nunca ‑dijo el rey en tono de lamento.
Así,
tomó la decisión de actuar de inmediato y con contundencia contra los sajones.
Despojó
a muchos nobles de sus posesiones bajo acusación de haber promovido o respaldado
la rebelión, y aplastó cruelmente a los rebeldes.
Pese
a todo, los sajones continuaron organizándose. Crearon un verdadero ejército
clandestino que, en forma de guerrilla, hostigaba sin tregua a los normandos.
Los focos de resistencia contra los colonizadores se hicieron constantes.
La
anhelada paz en Inglaterra se veía cada vez más lejana, y los normandos, aun
ricos y poderosos, no podían vivir tranquilos a causa de las frecuentes
insurrecciones de los sajones.
Murió
Guillermo I el Conquistador en guerra contra Francia y sus inmediatos
sucesores, durante años y años, tampoco conseguirían apaciguar Inglaterra.
La
desconfianza de los sajones hacia los normandos estaba ya tan arraigada que se
había convertido en un obstáculo insalvable entre los dos pueblos.
Los
planes de pacificación de los distintos reyes fallaban estrepitosamente y las
revueltas continuaban. Éstas eran contestadas con absoluta represión. Lo que
daba lugar a nuevos enfrentamientos, cada vez más sangrientos. La espiral de
violencia parecía no tener fin.
El
rey Enrique de Plantagenet, nieto de Guillermo I, subió al trono y se propuso,
como principal objetivo de su reinado, acabar con aquellas luchas sin sentido.
Para este propósito,
pensó que debía atraerse, en primer lugar, a algunos influyentes nobles
sajones. Para conseguirlo, no escatimó tiempo y esfuerzo el ilusionado rey.
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