sábado, 19 de agosto de 2017

Robin Hood. Capitulo III un nuevo rey



CAPÍTULO TRES

UN NUEVO REY:
RICARDO CORAZON DE LEON

Como estaba previsto, tras la muerte del rey Enrique de Plantagenet subió al trono su hijo mayor, Ricardo I, conoci­do con el sobrenombre de Corazón de León por su nobleza y valentía.
El nuevo rey era muy sensible a la miseria en la que vivían los súbditos sajones. Conocía también los intentos que sus antepasados y, en especial, su padre, habían hecho por cambiar esa situación, sin conseguirlo. Pero él estaba decidido a dar un giro definitivo al curso de los hechos. Deseaba ser el rey de un país en el que, de una vez por todas, no existieran ni vence­dores ni vencidos.
‑Debemos construir una nueva Inglaterra. Pacífica, respeta­da en el exterior, poderosa... ‑decía ilusionado el nuevo rey‑‑‑. Para ello se necesita la colaboración de todos por igual: sajones y normandos, nobles y plebeyos. Todos tendrán un lugar en el nuevo reino.
El rey Ricardo empezó a captar muy pronto la confianza de sus súbditos, ya fueran sajones o normandos. Entre sus más entusiastas seguidores estaban su esposa Berengaria; lady Edith Plantagenet, su prima, y la reina madre, Leonor
Entre las primeras medidas que tomó Ricardo Corazón de León, en aras de una mayor igualdad entre sus súbditos, esta­ba la estricta prohibición de infligir castigos corporales a los siervos, tratados como verdaderos esclavos, y la libertad de caza en los bosques, hasta ahora privilegio de los normandos.
El rey Ricardo, con su bondad y su carácter conciliador, hizo cicatrizar las heridas abiertas entre los dos pueblos. Todos lo aceptaron para que fuera el rey de todos. Odios y rencillas parecieron quedar adormecidos en un profundo sueño.

Pero Ricardo Corazón de León pasaría poco tiempo en su país. Así, tuvo que acudir a la llamada del papa Clemente III para participar en la Tercera Cruzada, con el fin de liberar Jeru­salén, en manos del musulmán Saladino.
El rey, antes de su partida, tuvo grandes dudas.
‑¿Cómo voy a ausentarme de Inglaterra durante tanto tiempo, y precisamente ahora, cuando más me necesitan mis súbditos? ‑se lamentaba.
Mas su deber como rey cristiano, su deseo de lucha contra los infieles y el sincero mensaje recibido del Papa ofreciéndole la dirección de la Cruzada, hicieron que Ricardo tomara final­mente la decisión de partir hacia Tierra Santa.
‑¡Conquistaré Jerusalén. Se la arrebataré a los infieles! ‑decía con absoluta seguridad el rey
Durante su ausencia ocuparía el trono su hermano Juan I, conocido como Juan sin Tierra.
‑Partid tranquilo, hermano mío. Aquí me encontraréis a vuestra vuelta y aquí encontraréis vuestro amado reino ‑dijo Juan sin Tierra a Ricardo en el momento de su marcha.
‑Gracias, hermano. Sé que puedo confiar en vos. Sé que gober­naréis como yo lo haría y que cuidaréis de nuestros súbditos. Me voy tranquilo porque sé que Inglaterra queda en buenas manos.
Y, seguido de su séquito, Ricardo Corazón de León abando­nó, quién sabe por cuántos años, su querida Inglaterra.

Juan sin Tierra, en muy poco tiempo, acabó con los impor­tantes logros de su hermano. Sembró de nuevo la desconfian­za y resurgió la discordia. Su crueldad y avaricia volvieron a abrir el abismo entre sajones y normandos.
Estaba convencido de que los normandos eran una clase superior y de que sólo a ellos les correspondía el poder.
La sed de venganza parecía el único móvil que empujaba a quien regentaba el destino de Inglaterra.
‑No podemos seguir tolerando las continuas revueltas de los sajones ‑dijo Juan sin Tierra.
‑Así se hará, majestad. No lo dudéis ‑asintieron sus colabo­radores más allegados.
‑Pero, señor, vivimos por primera vez una larga época de paz. Los sajones están ahora muy tranquilos ‑intervino un barón normando allí presente.
‑¡Qué ingenuo sois, caballero! ‑contestó con desprecio el príncipe‑. ¿Acaso creéis que los sajones han dejado de tramar conspiraciones contra mi persona? ¿Pensáis tal vez que se resignan a estar bajo una dinastía normanda? ¡Estúpido!
El barón que había manifestado públicamente su disconfor­midad con las palabras del príncipe era sir Percy Oswald, quien abandonó la sala inmediatamente.
Sir Percy Oswald no estaba de acuerdo con las ideas del príncipe Juan. Pensaba que lo peor para Inglaterra era volver a los tiempos de crueldad y enfrentamientos que, afortunada­mente, habían sido ya superados.
Pero Juan sin Tierra no estaba dispuesto a aceptar ninguna opinión que no coincidiera con la suya. Y por ese motivo, sir Percy Oswald quedó automáticamente fuera de su círculo de confianza.
Durante uno de los frecuentes encuentros entre Edward Fitzwalter y Richard At Lea, los dos nobles se confesaron su preocupación por los rumores que corrían acerca del prínci­pe Juan.
‑No parece que vaya a seguir los pasos de su hermano ‑dijo Richard At Lea a su amigo.
‑El rey Ricardo fue demasiado bondadoso al confiar en su hermano ‑repuso Edward Fitzwalter‑. De todas formas, el príncipe Juan no se atreverá a ir contra las medidas adoptadas por el rey.
‑Ojalá que así sea, Edward. Pero se me ocurre una cosa. El príncipe no ignora que no simpatizamos con él. Quiero proponerte que, si a ti o a mí nos ocurriera algo, el otro iría a hacérselo saber al rey a Tierra Santa.
‑De acuerdo, Richard.
No transcurrió mucho tiempo sin que se confirmaran los temores que se habían confesado los dos nobles sajones.
El príncipe Juan, apoyado por un grupo de incondicionales normandos, comenzó a romper las normas que había dictado su hermano.
Inglaterra parecía dirigirse hacia un trágico destino en el que sólo se oyera el lenguaje de las armas.
Un desgraciado día, el conde de Sherwood apareció muer­to en el campo. Había salido por la mañana a visitar a un veci­no. De regreso a su castillo, un grupo de encapuchados lo ata­có y lo dejó muerto en el camino.
El fiel Richard At Lea acompañó a Robin en tan duros momentos. Estuvo con él durante el entierro de su querido amigo y alentó al desconsolado hijo.
‑No dejes que la pena inunde tu corazón. Eres el heredero de Sherwood y debes hacer honor a tu apellido ‑dijo Richard a Robin, sin poder contener su emoción.
El conde de Sulrey no quiso comunicar, ni siquiera a Robin, sus sospechas de que el propio príncipe Juan podría estar implicado en la muerte de su amigo, de que todo hubiera sido una acción preparada por él y sus secuaces.
Pero Richard At Lea supo inmediatamente lo que tenía que hacer: poner los hechos en conocimiento del rey. Para ello debía encaminarse hacia Tierra Santa.

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